Al fin de la batalla, y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: 'No mueras, ¡te amo tanto!'
Pero el cadáver ¡ay! Siguió muriendo.
El poema comienza con una ubicación espacial: la batalla.
Pueden ser las batallas externas, pueden ser las batallas internas. Pero ésta ya ha terminado y sólo hay una consecuencia: el combatiente ya está muerto.
La batalla implica una lucha entre dos fuerzas, donde uno pierde o gana, y aquí conocemos que nuestro “héroe” es el perdedor. Si entendemos que héroe es aquel que conlleva todas las virtudes de una comunidad, en este caso, éste está vencido, ha peleado en el combate, ha dado la batalla como cualquier hombre, pero como tal, también es vulnerable. Lo que lo hace heroico es haber combatido. En eso radica la vida, no en perder o ganar, sino en combatir, en dar la batalla.
Existe en la expresión “muerto el combatiente” un oxímoron (unión de palabras contrarias que no pueden separarse porque cambiaría el sentido). Este oxímoron hace que comprendamos cómo lo imposible es posible.
Y este “dar batalla” conmueve, “mueve-con”, provoca, no es posible quedarse inmóvil, no actuar, no intentarlo, es por eso que un hombre se acerca a exhortarlo. Uno cualquiera, del que no conocemos su nombre, un igual a él, capaz de conocer la valentía de la lucha. No hay nombres en este poema, no hay destaques individuales, porque no importan, sólo es un combatiente que ahora es un cadáver y un hombre vivo, que se conmueve, y que dispondrá a todos los hombres a que también reconozcan al combatiente.
Este hombre conmovido ante la muerte de un luchador expresa su pedido y su amor, con todas sus fuerzas, humanas, limitadas, pero apasionadas. Por eso utiliza los signos de exclamación “¡Te amo tanto!”.
Estamos hablando del amor a la humanidad, el reconocimiento a la lucha humana, a la batalla que tanto se sufre, al amor cristiano por el prójimo. En este ruego podría verse un reproche velado, como si el que muere lo hiciera por su propia voluntad, porque se le acabaron las fuerzas, porque se deja morir, porque se entrega. Esto es lo que desespera al otro hombre, pero no por su reproche, pierde su condición de combatiente, y toda su admiración.
La estrofa termina con un leit motiv (motivo que se repite, o un estribillo) “pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo”. Su ruego es en vano, no cambia su condición de cadáver, lo único que cambia es el gerundio (“muriendo”), ya no es “muerto”. El gerundio permite hacer que el pasado llegue hasta el presente, así se despierta la esperanza, y aunque el cadáver siga muriendo (reiteración del oxímoron, porque si es un cadáver ya está muerto) nunca se pierde la posibilidad de revertir la situación.
Este “¡ay!” que corta el verso en dos, no es claro quién lo expresa, si el cadáver, si el hombre que ruega, o el mismo yo lírico. Tal vez, los tres porque de esa manera, el yo lírico también se une al sufrimiento de esos hombres. Recordemos que necesitamos a Todos los hombres conmovidos, así que también al yo lírico.
Se le acercaron dos y repitiéronle:
'¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!'
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
En la estrofa tenemos un cambio: son tres versos, pero ya no es un hombre el que reclama por esa vida, sino dos, y el yo lírico aclara “repiten”. Aunque no dicen lo mismo, de todas formas repiten el desesperado ruego. Ahora se involucran en éste: “no nos dejes”. Una vez más parecería que la posibilidad de volver a la vida fuera voluntaria.
Pero ahora apelan a una característica del combatiente, viendo si, tal vez, eso lo mueve otra vez a la lucha “¡valor!”.
El nexo adversativo “pero” muestra la inutilidad del pedido. Aún no se puede contra la muerte, contra la caída del que luchaba, aún no hay fuerzas que puedan contra la entrega: sigue muriendo. Pero también aún queda la esperanza.
El ruego de estos dos hombres se hace entrecortado por una serie de cesuras que muestran la desesperación de estos, ellos alientan con pasión, con sentencias cortas, con llamados encendidos. La vida tiene que poder contra la muerte, ese es el mensaje para quien ha vivido combatiendo. Y a eso apelan.
Le rodearon millones de individuos,
Con un ruego común: '¡Quédate hermano!'
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
La masa se va formando, ahora no son uno, ni dos, son millones. Ya no se acercan, ahora lo rodean, lo contienen, lo alientan. Ahora ya no son hombres, ahora son individuos. Esto es interesante porque si bien se va formando la masa, ninguno pierde su individualidad, aunque tengan un “ruego común”. Es la voluntad, el amor, el deseo de millones, sin dejar de ser individuos. La suma de cada uno no deja de ser cada uno. Lo que los une es la solidaridad y el amor. Estamos cerca del ideal, del “todos” unidos. Vamos acercándonos, también, al ideal cristiano, todos juntos con una idea en común: “quédate hermano”. La palabra hermano tiene esa connotación cristiana, todos venimos del mismo lugar, todos tenemos el mismo padre, y todos somos combatientes de esta vida, y la lucha de cada uno y de todos, es fundamental. Esta idea de unidad es la que predica el Evangelio, llamándose entre ellos “hermanos”.
Otra vez el estribillo muestra que aún no es posible lo imposible. Aún no existe la fuerza que devuelva al combatiente su “deseo” de volver a la vida, que es sinónimo de la lucha.
Entonces, todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado; incorpórose lentamente, abrazó al primer hombre, echóse a andar...
La última estrofa vuelve a los cuatro versos, y ahora no son millones, son todos los hombres: se ha formado la masa que tiene el poder de cambiar el rumbo de los acontecimientos. Son “todos los hombres de la tierra”, y es el adverbio “entonces” lo que nos pauta que ahora sí habrá un cambio. Ellos lo rodean, como lo hicieron los millones, pero hay algo diferente: no hablan. Ya no hay palabras. Ya no son necesarias. No son las palabras que reviven al muerto, sino la acción de rodearlo todos los hombres del mundo.
Esto que parece oponerse al discurso cristiano, en realidad se complementa, porque la fe entra por la palabra, pero si no tiene acciones, es fe muerta, según el paradigma cristiano. Acá es lo mismo, las palabras sobran, las acciones conmueven. Ahora el cadáver tiene sentimientos, está triste y emocionado. Triste por su derrota, emocionado por el amor que todos están prodigando. Esta es la única posible salvación.
El amor común. Esto mueve al cadáver, esto mueve a lo que no es posible ser movido de ninguna manera. Esta unión permite derogar “la ley severa” al decir de Quevedo.
El cadáver vuelve a su condición de combatiente y lentamente, vuelve a la lucha abrazándose al primer hombre. A aquel movido a compasión, aquel que le mostró su primer amor, que le recordó quién era. El poema termina con una acción que responde a la acción de todos “echóse a andar”. Vuelve así a la vida, a la lucha, y lo que parecía imposible se realiza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario