El lugar donde transcurre la acción, es la pieza principal de una casucha de población callampa recientemente erradicada. (...) en realidad se trata de una especie de cajón al que le faltara un costado; es una verdadera ratonera, sórdida, agrietada. Los “muebles”, una desvencijada cómoda, un antiguo velador, un jergón, así como los demás objetos que la atiborran, tablas, fierros, tarros, cajas de cartón, etc., yacen despatarrados, como si una bomba o un vendaval lo hubiese descuajaringado todo.
En medio de la devastación se ven los bultos informes de dos personas, una en el jergón y la otra tirada en el suelo sobre un montón de tiras. (...)
Huinca— (Mirándola atentamente). Pucha que soy fea, ho; parece que andaban con la caña mala los viejos cuando te hicieron... Y pa más recacha te falla la catimba.
Eva— Fea, pero no podría como voh.
Huinca— Transcúrrete, junta un billete luego pa que salvís la dignidá después; porque si no te vai a tener que arrastrar por el suelo pa que te tiren un pan por las babas. No seai gilucha, Pata: ya te quea re poco hilo en la carretilla,no’stís desper...
Eva— (Quitándole violentamente el espejo). ¡Ya te dije que no me dijerai Pata!
(Afirma el espejo en cualquier parte y sigue acicalándose).
Huinca—¿Y cómo querí que te diga entonces? ¿Querías que te diga “Señorita Pata e Cumbia” (Reflexivo). Pucha la cuestión pa rara: tamos casao y no sé cómo te llamai... ¿Casaos? (Tenso). ¿Te casaste conmigo?
Eva— Chis, ¿tai más gil?
Huinca— ¿Firme? Pucha, si me hubierai hecho algo así, ahí si que te sacaba la cresta. Toa la vía e vivío libre, nunca he tenío amarras con nadie. ¡No me pueeen haber fregao a última hora: no me pueen haber hecho eso!
Eva— Si no ho, cómo vai a creer esa cuestión.
Huinca— Mi compadre andaba hace tiempo con la lesera de que m’iba a morir y que no había tenío nunca casa, hijos y toas esas macanas. Decía que tenía que vivir como la gente, aunque juera un par de días. ¡Pucha la gente intrusa que hay en esta vía: tóo el tiempo lo agarran a puñalás a uno y le dicen que lo hacen por su bien... (Agresivo). ¿Qué jue lo que pasó?
Eva— Na po. Cuando el Vitoco te llevó a la posta y le dijeron que te quedaba poco, empezó hacer una colecta pa espedirte, y después los juimos tóos pa donde el Peteo...
Huinca— ¿Y por qué amaneciste conmigo? Guarda, mira que después yo mi’acuerdo de toas las cuestiones, al principio nomás se me borra la película.
Eva— Amanecí aquí po... Ninguna de las cabras quiso quedarse con voh, porque soy muy cochino y t’estai muriendo; yo tampoco quería... Por eso m’hicieron tomar a la juerza.
Huinca—... Y los trajeron p’acá, pa que hiciéramos cuentan que’stábamos casaos.
Eva— Claro, pero no’stamos na casaos; como se te puee ocurrir que alguien va a querer dormir con voh.
Huinca— ¿Tai segura que no? Mi’acuerdo que los cabros hacían salú a caa rato por nosotros.
Eva— Taban lesiando ho, taban puro lesiando. (Asombrada). ¿De verdá que habíai agarrado papa?
Huinca— ¿Pa casarse hay que tener carné y toas esas cuestiones, no cierto?
Eva— Y novia también po. (Saca un lápiz labial de la cartera, se pinta). ¿Voh creís que yo m’iba a casar con un botao como voh? Chis, antes prefiero ponerme a pedir limosna.
Huinca— Y en eso andai po, ¿o creís que los machucaos se acuestan con voh por los fundos que tenís? De lástima nomás, pos charcha, de pura lástima.
Eva— ¿Te pedío algo alguna vez pa que abraí el hocico? No tení ni aonde caerte muerto y te van a machetiar...
Huinca— Sí tengo: la calle. Toas las calles son mías, me puedo caer muerto en la que yo quiera. (…)
Juan Radrigán. El loco y la triste.
En: Juan Radrigán. Hechos consumados. Teatro 11 obras.
Santiago: Lom, 1998, fragmento.
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